Una realidad invisible

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Nos cuesta ser conscientes de ella. La soledad es una realidad con la que convivimos estrechamente, pero que a menudo nos pasa totalmente desapercibida. Se esconde en el interior de las viviendas, pero también en la calle, en nuestro barrio, en la puerta de al lado.

Todos hemos experimentado soledad en algún momento de nuestras vidas, pero hay ciertas situaciones que provocan que la soledad se intensifique. Durante la vejez, el número de relaciones personales puede irse estrechando debido a pérdidas y transiciones vitales (jubilación, viudedad, etc.), a la vez que nos podemos sentir más frágiles física y emocionalmente. Todo esto se convierte en factores de riesgo ante la aparición del sentimiento de soledad, el cual, a veces, puede costarnos gestionar.

Tristeza, decaimiento, apatía o falta de ilusión… A veces, es difícil ser conscientes de que todos estos sentimientos que nos invaden pueden ser origen, pero también causa, de la soledad. Existen muchos tipos de soledad: soledad física, emocional, social…, y esto dificulta su reconocimiento, ya que a menudo asociamos soledad solo con el aislamiento físico, pero la soledad responde siempre al hecho de sentirnos solos independientemente del lugar que ocupemos. Tomar consciencia de ello es el primer paso para buscar y encontrar los recursos necesarios para recuperar nuestro bienestar.

A su vez, cabe destacar que un factor protector contra la soledad es la existencia de redes de apoyo y ayuda, en el sentido que fomentan la interdependencia y el compromiso con las personas. Así pues, la soledad no solo tiene un componente individual, sino que también cabe poner el acento en lo social y en la responsabilidad que como sociedad tenemos, contribuyendo así a crear unas comunidades más solidarias y comprometidas.

Hola, una palabra que lo cambia todo

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Todos podemos hacer mucho para ayudar a otras personas a dejar de sufrir soledad. Prestar atención a nuestro alrededor, abrirnos a los vecinos y vecinas con los que nos cruzamos a diario, observar esos indicios que a menudo pasan inadvertidos, pero que nos están indicando que esa persona cercana a nosotros está sufriendo soledad. Detectar la soledad cerca de nosotros y también en nosotros mismos es el primer paso para que deje de ser invisible.

El segundo paso es tan simple como dirigirnos a esa persona, interesarnos por ella, establecer contacto. Una palabra tan simple como hola puede cambiar el día a día de personas mayores que sienten soledad cerca de nosotros. Ante el reto de la soledad, no podemos olvidar que el ser humano es social por naturaleza y que vivir en comunidad implica que debemos ser capaces de cuidarnos los unos a los otros.

La Fundación “la Caixa”, con las personas mayores

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En la Fundación ”la Caixa” trabajamos para mejorar la calidad de vida de las personas mayores conectándolas con su entorno, acompañándolas en la búsqueda de una vida plena y con propósito y reconociéndolas como una parte valiosa de la sociedad y con mucho que aportar al resto. El compromiso de la Fundación ”la Caixa” con las personas mayores se remonta a hace más de 110 años y sigue a día de hoy, más vivo que nunca, a través de la red de más de 60 centros propios y 570 centros conveniados con las Administraciones públicas en todo el territorio.

Además del acompañamiento personal en esta nueva etapa, la Fundación ”la Caixa” impulsa en 15 ciudades el programa Siempre Acompañados, a través del cual se trabaja para prevenir y gestionar situaciones de soledad en personas mayores empoderándolas, facilitándoles relaciones de confianza, compromiso y colaboración con su entorno y estando a su lado durante todo su proceso vital.

La campaña “La soledad no se ve, se siente

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Este año, la Fundación ”la Caixa” ha lanzado la campaña de sensibilización “La soledad no se ve, se siente”, con el fin de hacer visible una realidad invisible que afecta a millones de personas mayores en nuestro país. La campaña se basa en hacer sentir a la sociedad lo que percibe una persona mayor que se siente sola, con piezas que plasman visualmente y auditivamente la sensación subjetiva que representa la soledad.

Pablo, uno de los participantes en el programa Siempre Acompañados, pone rostro a la campaña y nos cuenta su historia personal: lo que supuso para él vivir en soledad y cómo, a raíz de participar en el programa, ha encontrado el modo de volverse a sentir conectado con otras personas y con la vida.

Sobre la soledad, de Javier Yanguas

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El Centro de Investigación de la Comisión Europea (Joint Research Centre) ha realizado recientemente una encuesta sobre soledad no deseada a partir de una muestra de más de 25.000 personas mayores de 16 años, de todos los países miembros de la Unión Europea: más de un tercio de las personas encuestadas declararon sentirse solas a veces y el 13 % del total se sentían solas la mayor parte del tiempo.

Lo que es evidente es que somos seres sociales, necesitamos vincularnos con otros, tenemos una motivación esencial para crear y mantener relaciones interpersonales. Lo decía el poeta inglés John Donne (1572-1631): “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

La experiencia de la soledad está profundamente arraigada en ese carácter social del ser humano por el cual los vínculos con otras personas constituyen una necesidad básica y una parte esencial de nuestra identidad. Si uno se fija en la psicología, muchos modelos conceptuales han enfatizado que vivimos vinculados a otras personas y han otorgado al vínculo afectivo un papel central tanto en el desarrollo de la personalidad sana como en el mantenimiento del bienestar psicológico.

Cuando estos vínculos afectivos centrales se ven alterados —por la muerte de nuestros seres queridos, por ejemplo— vivimos los momentos de mayor dolor, soledad, vulnerabilidad psicológica y física de nuestra vida. Pérdidas afectivas, duelo y soledad son, por tanto, conceptos muy entrelazados.

La soledad nace, por lo tanto, de nuestra propia vulnerabilidad ontológica, de nuestra profunda necesidad de los otros, y está relacionada y se solapa, además, con otras experiencias como el aislamiento, la depresión, la desesperación, la falta de propósito, la sensación de falta de control, la experiencia del vacío, etc.

Lo que sucede —como acontece tanto con distintas emociones y sentimientos como con las pérdidas y las transiciones— es que la soledad está conectada con nuestra salud y, por lo tanto, (la soledad) también es una cuestión de salud pública. Si de algo existe literatura científica es de la relación entre soledad y salud. Por lo tanto, la soledad es también una cuestión de salud pública en un doble sentido: la soledad provoca enfermedades y las enfermedades, que nos vulnerabilizan, provocan soledad.

La soledad también se asocia a la falta de compromiso, a un menor nivel de confianza en las relaciones, a comportamientos de riesgo, a la falta de integración comunitaria. Por todo ello, porque la soledad afecta a personas de todas las edades, géneros y estilos de vida —en este sentido es muy inclusiva, porque no discrimina a nadie— no tienes que preguntarte ya más “por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Javier Yanguas, gerontólogo y doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, y director científico del Programa de Personas Mayores de la Fundación ”la Caixa”.

En nuestro país, cerca de 3 millones de personas mayores de 65 años sufren soledad. Se trata de una realidad muy extendida y que, de alguna forma, nos apela e interroga a todos, ya que tiene que ver con algo tan humano como la vulnerabilidad, la fragilidad y las pérdidas. Aun así, a menudo se vive en silencio por el sentimiento de culpa y vergüenza que puede suscitar en aquellos que la padecen. Es por esto por lo que pasa desapercibida ante los ojos de vecinos, familiares y la sociedad en su conjunto.

Una realidad invisible

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Nos cuesta ser conscientes de ella. La soledad es una realidad con la que convivimos estrechamente, pero que a menudo nos pasa totalmente desapercibida. Se esconde en el interior de las viviendas, pero también en la calle, en nuestro barrio, en la puerta de al lado.

Todos hemos experimentado soledad en algún momento de nuestras vidas, pero hay ciertas situaciones que provocan que la soledad se intensifique. Durante la vejez, el número de relaciones personales puede irse estrechando debido a pérdidas y transiciones vitales (jubilación, viudedad, etc.), a la vez que nos podemos sentir más frágiles física y emocionalmente. Todo esto se convierte en factores de riesgo ante la aparición del sentimiento de soledad, el cual, a veces, puede costarnos gestionar.

Tristeza, decaimiento, apatía o falta de ilusión… A veces, es difícil ser conscientes de que todos estos sentimientos que nos invaden pueden ser origen, pero también causa, de la soledad. Existen muchos tipos de soledad: soledad física, emocional, social…, y esto dificulta su reconocimiento, ya que a menudo asociamos soledad solo con el aislamiento físico, pero la soledad responde siempre al hecho de sentirnos solos independientemente del lugar que ocupemos. Tomar consciencia de ello es el primer paso para buscar y encontrar los recursos necesarios para recuperar nuestro bienestar.

A su vez, cabe destacar que un factor protector contra la soledad es la existencia de redes de apoyo y ayuda, en el sentido que fomentan la interdependencia y el compromiso con las personas. Así pues, la soledad no solo tiene un componente individual, sino que también cabe poner el acento en lo social y en la responsabilidad que como sociedad tenemos, contribuyendo así a crear unas comunidades más solidarias y comprometidas.

Hola, una palabra que lo cambia todo

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Todos podemos hacer mucho para ayudar a otras personas a dejar de sufrir soledad. Prestar atención a nuestro alrededor, abrirnos a los vecinos y vecinas con los que nos cruzamos a diario, observar esos indicios que a menudo pasan inadvertidos, pero que nos están indicando que esa persona cercana a nosotros está sufriendo soledad. Detectar la soledad cerca de nosotros y también en nosotros mismos es el primer paso para que deje de ser invisible.

El segundo paso es tan simple como dirigirnos a esa persona, interesarnos por ella, establecer contacto. Una palabra tan simple como hola puede cambiar el día a día de personas mayores que sienten soledad cerca de nosotros. Ante el reto de la soledad, no podemos olvidar que el ser humano es social por naturaleza y que vivir en comunidad implica que debemos ser capaces de cuidarnos los unos a los otros.

La Fundación “la Caixa”, con las personas mayores

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En la Fundación ”la Caixa” trabajamos para mejorar la calidad de vida de las personas mayores conectándolas con su entorno, acompañándolas en la búsqueda de una vida plena y con propósito y reconociéndolas como una parte valiosa de la sociedad y con mucho que aportar al resto. El compromiso de la Fundación ”la Caixa” con las personas mayores se remonta a hace más de 110 años y sigue a día de hoy, más vivo que nunca, a través de la red de más de 60 centros propios y 570 centros conveniados con las Administraciones públicas en todo el territorio.

Además del acompañamiento personal en esta nueva etapa, la Fundación ”la Caixa” impulsa en 15 ciudades el programa Siempre Acompañados, a través del cual se trabaja para prevenir y gestionar situaciones de soledad en personas mayores empoderándolas, facilitándoles relaciones de confianza, compromiso y colaboración con su entorno y estando a su lado durante todo su proceso vital.

La campaña “La soledad no se ve, se siente

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Este año, la Fundación ”la Caixa” ha lanzado la campaña de sensibilización “La soledad no se ve, se siente”, con el fin de hacer visible una realidad invisible que afecta a millones de personas mayores en nuestro país. La campaña se basa en hacer sentir a la sociedad lo que percibe una persona mayor que se siente sola, con piezas que plasman visualmente y auditivamente la sensación subjetiva que representa la soledad.

Pablo, uno de los participantes en el programa Siempre Acompañados, pone rostro a la campaña y nos cuenta su historia personal: lo que supuso para él vivir en soledad y cómo, a raíz de participar en el programa, ha encontrado el modo de volverse a sentir conectado con otras personas y con la vida.

Sobre la soledad, de Javier Yanguas

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El Centro de Investigación de la Comisión Europea (Joint Research Centre) ha realizado recientemente una encuesta sobre soledad no deseada a partir de una muestra de más de 25.000 personas mayores de 16 años, de todos los países miembros de la Unión Europea: más de un tercio de las personas encuestadas declararon sentirse solas a veces y el 13 % del total se sentían solas la mayor parte del tiempo.

Lo que es evidente es que somos seres sociales, necesitamos vincularnos con otros, tenemos una motivación esencial para crear y mantener relaciones interpersonales. Lo decía el poeta inglés John Donne (1572-1631): “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

La experiencia de la soledad está profundamente arraigada en ese carácter social del ser humano por el cual los vínculos con otras personas constituyen una necesidad básica y una parte esencial de nuestra identidad. Si uno se fija en la psicología, muchos modelos conceptuales han enfatizado que vivimos vinculados a otras personas y han otorgado al vínculo afectivo un papel central tanto en el desarrollo de la personalidad sana como en el mantenimiento del bienestar psicológico.

Cuando estos vínculos afectivos centrales se ven alterados —por la muerte de nuestros seres queridos, por ejemplo— vivimos los momentos de mayor dolor, soledad, vulnerabilidad psicológica y física de nuestra vida. Pérdidas afectivas, duelo y soledad son, por tanto, conceptos muy entrelazados.

La soledad nace, por lo tanto, de nuestra propia vulnerabilidad ontológica, de nuestra profunda necesidad de los otros, y está relacionada y se solapa, además, con otras experiencias como el aislamiento, la depresión, la desesperación, la falta de propósito, la sensación de falta de control, la experiencia del vacío, etc.

Lo que sucede —como acontece tanto con distintas emociones y sentimientos como con las pérdidas y las transiciones— es que la soledad está conectada con nuestra salud y, por lo tanto, (la soledad) también es una cuestión de salud pública. Si de algo existe literatura científica es de la relación entre soledad y salud. Por lo tanto, la soledad es también una cuestión de salud pública en un doble sentido: la soledad provoca enfermedades y las enfermedades, que nos vulnerabilizan, provocan soledad.

La soledad también se asocia a la falta de compromiso, a un menor nivel de confianza en las relaciones, a comportamientos de riesgo, a la falta de integración comunitaria. Por todo ello, porque la soledad afecta a personas de todas las edades, géneros y estilos de vida —en este sentido es muy inclusiva, porque no discrimina a nadie— no tienes que preguntarte ya más “por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Javier Yanguas, gerontólogo y doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, y director científico del Programa de Personas Mayores de la Fundación ”la Caixa”.

https://www.youtube.com/watch?v=qwr2CheyiRw?rel=0

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Vejez y envejecimiento 2030: desafíos y oportunidades para toda la sociedad